Ella
me hablaba, se la veía contenta, me contaba sus cosas como si
tuviera confianza conmigo. Yo no lo entendía, siempre me gustó esa
mujer y me quedaba sin palabras a su lado. Era inalcanzable para mí,
podría estar con quien quisiera y ahora, aunque solo fuera eso, me
hablaba.
Sin
saber por qué, interrumpí su conversación.
-Quiero
que sepas que te quiero -estaba aterrado, por haberme atrevido a
pronunciar lo que estaba en mi pensamiento.
Ella,
como no podía ser de otra manera, se calló y se puso sería. Quién
me mandaría a mí estropearlo todo, pensé, si ya con que me
hablase, me sentía feliz. Solo se me ocurrió disculparme.
-Lo
siento, no debí de habérterlo dicho. ¿Te ha molestado, verdad?
-Para
nada me ha molestado, lo que pensaba es que pasabas de mí, me ha
gustado y mucho que me lo dijeras -me respondió y sonrió con unos
ojos que le brillaban como nunca le había visto.
Todo
mi interior se llenó de alegría, sólo quería gritar que la
quería.
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