Este es un pequeño
fragmento de la novela “Siempre habrá un lugar para soñar”, de
ediciones Carena.
Es
probable que a los que la habéis leído, os haga recordar un
momento, que sospecho que os tuvo en tensión y puede que os trajera
algún recuerdo.
“Apenas
le quedaba vida en su cuerpo, se le iba apagando definitivamente la
luz. Hasta ese día creía que era una persona afortunada, que todo
le saldría bien y sólo temía que algo fallara, pero lo que nunca
pudo esperar es que fuera un ataque de esta naturaleza. Ella nunca le
había hecho daño a nadie, su único delito era ser una soñadora
llena de ilusión y de vida. La habían atacado de la manera más
salvaje y su estado era tan grave que prácticamente nadie podría
haber hecho nada por salvar su vida, pero la suerte es caprichosa y
aquel día estaba de guardia Xavier, un médico que había dedicado
toda su vida a la medicina, amaba su profesión y nunca se rendía
ante la curación de un paciente, aunque el diagnóstico fuera el más
pesimista, él se negaba a aceptarlo. La vida era un milagro y él no
estaba dispuesto a perder ninguna. Como él decía, que la muerte
esperase, ahora era su turno y no iba a dejar que su paciente se
muriese...”